De Giorgia Meloni tuve noticia por los periódicos y los telediarios, igual que la totalidad de los españoles. La práctica totalidad, mejor. Supongo que Santiago Abascal, presidente de Vox, tuvo un conocimiento primero de la líder de Fratelli d’Italia, sin mediación de pantallas ni de titulares.
Abascal invitó a Meloni a la primera gran fiesta de Vox, el Viva 21, algunos años antes de que los miembros del establishment español se peguen hoy entre sí por quién la vio primero. No discutan, caballeros. Fue el de Vox.
Por mi conocimiento del personaje -Abascal, no Meloni- supuse igualmente que la invitación a aquella fiesta de Vox respondía a un criterio de afinidad política y, en una medida no menor, de sintonía personal. Y en una noble dirección.
Afinidad y sintonía mutuas que se notaron en la campaña de las elecciones andaluzas del 22, en las que Meloni hizo de telonera de Abascal en un mitin en Marbella.
Los medios dieron cumplida cuenta del discurso de la italiana o, por precisar, de su colofón, ciertamente ronco, atronador y disyuntivo.
Sabedor de mi curiosidad creciente por Meloni, un amigo presente aquella tarde marbellí, Kiko Méndez-Monasterio, me aconsejó escuchar la intervención completa, por no hacerme una idea sesgada. Sostenía mi amigo que los tonos graves habían ido precedidos de acentos mucho más llanos. O sea, que Meloni se movía igual de bien en los registros de la arenga que en los de la distensión, la risa incluso.
Por más que busqué el discurso original no lo encontré. ¿Me fiaba de lo que contaba Kiko? Por él pongo la mano en el fuego… con la condición, eso sí, de que haya cerca una estación de bomberos y, en caso de demora del camión, una unidad de grandes quemados.
En aquella ocasión, mi estación de bomberos y mi unidad de quemados consistió en hacerme con un ejemplar de la autobiografía de Meloni, a propósito, publicada en España por Kiko, con prólogo de Abascal.
Leyendo sus páginas se confirmó una intuición nueva mía y una vieja certeza de tantos: la de que la derecha soberanista europea, tan en boga hoy, cuenta con su estética propia, y no solo, también, con una cierta poética y, más importante, con una innegable épica.
¿O no es una epopeya la historia de una quinceañera que un día llamó a las puertas blindadas de la sede de un partido en un barrio obrero y, treinta años después, se convirtió en la inquilina del palacio donde tiene su sede el Gobierno de Italia?
Episodio producido, escrito y narrado por Gonzalo Altozano.
Sonido: César García.
Diseño: Estudio OdZ.
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